El reloj de arena
Al estar limpiando mi escritorio he
tirado por descuido el reloj de arena que compraste aquella tarde en la playa.
Antes de esto mi vida era como una lata de chiles cueresmeños en escabeche puesta en un
aparador de cualquier tienda, sin movimiento, sin vida. Ese viaje de prácticas,
donde esperaba conocer alguna nena desinhibida, me regaló el boleto de lotería
premiado con tu presencia. No soy muy hacendoso, el ordenar mi cuarto es más
difícil que ordenar mi vida; ropa, revistas, libros, viven siempre en el mismo
lugar no así las ideas que parecen grupos de rock en gira internacional. Crash,
la arena se esparció, derrame unas lágrimas para completar la escena y tendí mi
mente en aquella pequeña playa simulada. Cuando subiste al autobús no era mi
sorpresa conocerte, hablarte debió ser un eslabón del destino que ató mis
querencias y condujo a ese inmeditable asunto de amar. En tu cabecita mil veces
mi voz ha escrito que no soy apasionado ni puedo escribir poemas amorosos, bien
sabes que los poemas me caen como agua de sandia por la mañana después de una
alargada borrachera. Uno, dos, tres, cuatro granitos de arena; tomé la lupa y
asomé por ella con el interrogatorio: ¿Cuántos granitos de arena tiene una
hora? El camión y la tardanza por no haber encontrado mi traje de baño a tiempo
colocaron mi cuerpo a tu lado, hubiera querido sentarme con aquella espigada
rubia de uno setenta pero ya eras mi ayer y el remedio de desandar los caminos
sería caminarlos de regreso y nuevamente encontraría te. ¿Quién tendrá la
paciencia de contar cuántos granitos de arena tiene una hora?, cien, mil,
setenta. El primer mes fue el más trabajoso de los que hemos recorrido desde
entonces, tus desdenes intercalados con miradas de lujuria me revoloteaban como
abejas en los oídos, por el principio entendí que yo te gustaba y que me
deseabas, luego la indiferencia hacía océanos de distancia que no entendía y al
momento de desatar amarras e izar velas para nunca más retornar a tu puerto,
¡esa mirada!… echaba anclas, me recostaba en un suspiro, miraba el atardecer
de tus ojos negros y de nuevo el intento por entenderte. Por obra y gracia del
espíritu santo no desistí, luché como luchaban los piratas para obtener el
tesoro, ¡ha!… y qué tesorito. La primera noche,
no, creo que fue por la tarde
cuando por primera vez mis manos se enredaron en una sinfonía para piano
recorriendo cada rincón de tus tecas blancas y negras, cuando llegaba al
allegro introduciendo con tutti, sostuve la respiración y me diste tremenda
cachetada que me hizo volver de ese salirse de sí mismo, creíste que me daba
algún paro cardiaco o no se que pero fue el mejor sexo que he tenido. ¿Limpiaré
o no la arena? Tres mil, cuatro mil, ¿quién se ocupa en pensar cuántos granitos
de arena tiene una hora? Tu reclamo para conmigo siempre es por que no digo “te
amo”, es algo que lleva intrínseco el hombre, lo llevamos como las hormonas, lo
transportamos en cada gota de sudor cuando hacemos el amor, cada gotita de
sudor cuando se transfiere a tu cuerpo se disuelve en un “te amo”, o
simplemente cuando te veo caminado por la calle o esperando en la parada del
autobús mis latidos suenan a un: te quiero___te amo___te quiero___te amo___te
quiero___te amo. Un granito de arena me quiere, otro granito de arena no me
quiere, ¿cuántos granitos de arena tiene una hora y al terminarlos de contar me
querrá o no me querrá? ¿Qué loco contaría cuántos granitos de arena tiene una
hora? Arreglaré mi cuarto para cuando vengas encuentres mi entorno diferente y
veré si cambiando el exterior es tangible un cambio interno, la realidad es que
no se si me case contigo o con otra, esto no interfiere con ésta maldita maña
de amarte pero quisiera que la maldita maña se alargue, si ya has leído hasta
aquí mi carta, espera mi llamada y cuando escuches mi voz no cuelgues, mientras
tanto contaré ¿cuántos granitos de arena tiene una hora? Y cuando llegue al
último me lo comeré para que en mi interior se quede grabado el número de veces
que te diré “te amo” la próxima vez que estemos juntos.
31-octubre-2002