Existen
muchas teorías acerca de la naturaleza de los estados mentales: por un lado
están los materialistas y por el otro los dualistas. Los primeros nos dicen que
todo aquello que pensamos, deseamos, imaginamos etc., son funciones del
cerebro, que son estados físicos, bioquímicos, eléctricos y demás. Los
segundos, comentan que coexisten dos funciones en el ser humano: lo físico y lo
mental. A ésta última recurren más las religiones que los filósofos o
científicos. ¿Quién podría asegurar que esto que escribo nace de las conexiones
entre neuronas, de búsqueda de información dentro de mi memoria, del deseo que
los neurotransmisores provocan en mi cerebro e, inevitablemente, es traducido
por mis músculos para que los dedos de mis manos tecleen esto en mi computadora
personal? O, ¿se podría asegurar que
dentro de cada uno de nosotros existe un “yo” que es el que lleva el control de
lo que deseamos y hacemos, que es totalmente independiente de los procesos
físicos: que es inmaterial: el alma, el espíritu, la consciencia? En el
presente trabajo no se pretende abordar dicho tema, pero es pertinente hacer
énfasis en las dos corrientes de pensamiento respecto a los procesos mentales,
ya que es justo en estos procesos donde
se lleva a cabo el fenómeno de la mística.
Consideraremos
dos textos como contraste para poder dar
una idea, si es que se puede, de la veracidad o la enfermedad de la mística.
Veremos, por una parte, lo que nos dice Isabel Cabrera en su texto Para comprender la mística, y por la
otra, Fenomenología de la mística y la ascética de F.J. Álvarez, C. Medina, A. Alonso y C.
Silva.
No
pretenderemos defender la veracidad ni
la falsedad de la manifestación de este estado, sino que pondremos nuestra
opinión en la balanza para ver cuál de las dos posiciones tienen mayor peso y
por tanto hacia donde se inclina. Aunque esto no demuestre la inexistencia de
aquello que quede con menos peso, debemos considerarlo para su análisis desde
un punto de vista donde los factores culturales y emocionales no se involucren
en nuestra decisión. Sin embargo,
estamos conscientes de nuestra falibilidad y de que en el hombre, o por lo
menos en mí, existen cosas que van más allá de los procesos meramente
neurológicos que dan al hombre un don especial y que no todos perciben o lo
ejercen, como son las bellas artes. La producción y el disfrute de la pintura,
la escultura, la literatura, la música, y todo aquello que no es utilitario, no
por ello deja de ser parte de lo que le da distinción al género humano.
Isabel
Cabrera nos propone un modelo a partir de ejemplos para definir la mística
cuyos textos provienen de: textos hinduistas, textos budistas, textos hebreos y
textos cristianos. Como es de notar, son textos que parten de las tres
principales religiones; pero no por esto su definición la considera de la unión
del ser con la deidad, pues en el budismo no existe una deidad o deidades como
en las demás religiones; es por esto que define al misticismo cono “la unión
con (o la disolución en) lo sagrado” y considera lo sagrado como “el presunto
objeto al que remite la experiencia religiosa y queda vagamente descrito con la
expresión “misterio liberador o
salvífico”” Quiero pensar que al hacer referencia al “misterio liberador”, no
necesariamente se refiere a la religión o a la idea de un dios; quisiera pensar
que puede referirse a todo aquello que nos libera o nos funde en algo o
alguien; podría ser el conocimiento, el
amor, el sexo o cualquier otra cosa. Por ello nos dice Cabrera que la mística
es más que nada un camino, una búsqueda.
En
el texto Fenomenología de la mística y la
ascética define etimológicamente la mística como “una vida secreta y
distinta de la vida religiosa ordinaria”, sin embargo hace referencia a que al
“Misticismo en filosofía, y de una manera general, es una actitud del espíritu
por la que en la resolución de los problemas predomina la intuición sobre el
raciocinio”, así también nos dice que “en el Vocabulario de Lalande se define al misticismo como una creencia en
la posibilidad de una unión íntima y directa del espíritu humano al principio
fundamental del ser, unión que constituye a la vez un modo de existencia y una
manera de conocimiento extraños y superiores a la existencia y al conocimiento
normales”
Ambos
textos demandan rasgos definitorios o características a cubrir para que una
experiencia sea considerada como mística. En el texto de Álvarez y demás nos
dice que para William James existen cuatro características:
a) Inefabilidad.
Es indecible, indescriptible con palabras lo que representa la experiencia
mística.
b) La
cualidad del conocimiento. La adquisición del conocimiento intelectual es por
medios intuitivos y totalmente alejados del razonamiento y es superior a
cualquiera de los poseídos antes.
c) La
transitoriedad se refiere al momento de
duración de la experiencia mística, ésta no puede durar por mucho tiempo, sin
embargo puede repetirse para constituir un hábito en el místico
d) La
pasividad. Llega cuando el místico siente que su voluntad ha quedado en manos
de un poder superior y ya no es dueño de sí mismo.
Para
Cabrera son:
e) Los
inicios son lo que marca la diferencia entre el comienzo de la experiencia
mística y la vida común, generalmente suele ocurrir un acontecimiento que parte
la vida del místico en dos.
f) )
La fase negativa se presenta en el individuo cuando se quiere alcanzar un
conocimiento difícil u oscuro con el total desapego.
g) La
fase positiva es la fase donde la experiencia unitiva o disolutiva se ha
manifestado y no se puede expresar, es inefable y generalmente se recomienda la
vivencia propia para poder comprenderla.
h) El
después. Se presenta en dos vías: por una parte se pretende continuar con la
experiencia y dedicarse a la vida contemplativa y por otra parte volver al
mundo para ejercer la experiencia en enseñanzas hacia los demás.
Por
otra parte, en el texto de Álvarez y los otros apunta a que “el yo activo acaba
por borrarse y desaparecer, para dar paso a una nueva forma de vivencia que no
depende ya de uno mismo, sino del misterio que se acaba de descubrir.” A esta
ruptura la relacionan con la psicosis endógena, en concreto con una depresión
endógena. Por su parte Leuba interpreta el trance místico y su goce como
camuflaje de un amor físico y sexual; da como ejemplo La Vida de Teresa, donde se hace referencia a lo anterior, del mismo
modo si se lee los poemas de San Juan de la Cruz sucede lo mismo. Por esto, los
autores nos dicen que “la creación mística como cualquier otro tipo de
realización humana, no sólo puede originarse dentro de un estado psíquico que
los psicopatólogos califican de estado patológico o, incluso, de enfermedad
mental” Del mismo modo consideran también
los estados pre-epilépticos y epilépticos como los causantes del éxtasis
místico.
Ahora
nuestra tarea es resolver la pregunta del inicio: ¿Es auténtica la experiencia
mística o es una enfermedad? Para su respuesta podemos considerar lo que nos
dicen quienes están a favor de que es una enfermedad: la comparación del trance
místico como un camuflaje de la relación física y sexual. Por una parte la
experiencia mística se trata de la unión entre el ser y su divinidad o, en el
caso budista, de alcanzar el nirvana. ¿Podemos aplicar las características de
la experiencia mística a una relación sexual de dos personas que se aman?
Hagamos el intento.
¿Cómo
inicia generalmente una relación amorosa? En un principio, alguno de los dos
participantes o ambos, se sienten atraídos; existe algo que se encuentra en la
otra persona que nos ocupa el tiempo y los pensamientos, no podemos evitar el
dejar de pensar en ella. Aquí podríamos aplicar el inciso e) de Cabrera donde
existe un antes y un después, el haber conocido a la persona amada nos sugiere
esta condición. Si la atracción continúa, se hace lo posible por entablar una
conversación o una amistad, esto lo podríamos identificar con la fase negativa
o el inciso f), donde muy a menudo se presentan situaciones de dificultad que
hay que vencer para alcanzar el propósito de estar con la persona amada. Una
vez resueltos todos los problemas de la fase negativa, y ya entablada una
relación de noviazgo en pareja donde abundan las caricias y besos, se pasa a la
fase de mayor intimidad: la relación sexual. Podemos decir que en este momento
se entra en la fase del inciso g) que es la fase positiva donde se une el ser
con su deidad (en este caso con el ser amado). Es importante hacer notar que
para nuestro ejemplo, esta relación sexual esté fundamentada en el amor que se
tenga la pareja, pues de otra manera, la relación sexual pura sin la
identificación del amor, no llevaría la carga total de la unión del ser con la
deidad, o en este caso con el ser amado. Vamos identificando por pasos lo que
conlleva una relación sexual fundamentada en el amor.
En
la antigüedad, cuando el hombre era primitivo y carecía del intelecto que lo
caracteriza como homo sapiens, la relación sexual era con el fin de dar
continuidad a la especie; sin embargo también descubrieron el placer y el poder
que producía dicha relación sexual. En templos antiguos de la India,
especialmente en Khajuraho, se puede observar cómo la sexualidad cobra cierta
relevancia, el hombre se convierte en dios con el poder de la creación, el
hombre crea al hombre; pero no en forma unilateral, necesita a la mujer para
encarnar la creación. De esta forma la unión del hombre y mujer con la deidad se
vuelve una y, ya no es la deidad una identidad separada, es la deidad encarnada
en una pareja que encarna a más hombres. La deidad se alcanza y se convierte en
dos seres humanos y éstos, en dios. Pero no siempre la relación sexual va
encaminada a la procreación, a veces es sólo el disfrute de esta relación la
que puede representar una experiencia mística. Veamos más sobre nuestra postura
a cerca de esta relación.
Nos
enfocaremos a la fase del orgasmo para compararla con la experiencia mística.
De nuevo hacemos el hincapié en que debe ser entre una pareja que se ama, pues
el sexo ocasional no produce los mismos síntomas. Si alguno de los que lee
pudiera describir el orgasmo sería sólo como un acercamiento a lo que en
realidad experimenta cada persona, pues es una experiencia individual e
inefable como en el inciso a), es necesario experimentarlo para conocerlo; esto
muy a pesar de los estudios fisiológicos que se han hecho y donde se detallan
de manera física las respuestas del orgasmo. Aunque en esta experimentación no
se presume la adquisición de conocimientos nunca antes adquiridos como en el inciso
b), si se experimenta un vaciamiento del yo. En los segundos que dura el
orgasmo el ser deja de ser, no se es más y pareciera que uno se sale de su
cuerpo y se une a un todo donde la individualidad se pierde por un momento;
donde el razonamiento no existe ni siquiera para darse cuenta de la propia
existencia, pareciera que la existencia es eterna en ese momento y ese momento
es el único existente. Se vacía uno y uno es el vacío; la risa y el llanto se mezclan, el universo
es en uno y uno mismo es el universo; es justo cuando experimentamos que la
voluntad ha quedado en manos de alguien más y ya no es nuestra como en el
inicio d). Estas son las cosa que solamente hablando metafóricamente pueden
describir al orgasmo pues, como la experiencia mística, es inefable. Lo que
respecta a la transitoriedad del inciso c) y la continuidad de la experiencia
del inciso h), el orgasmo es correspondiente, no se puede prolongar por mucho
tiempo y se recurre a él para repetir la experiencia: la experiencia del
abandono, del vaciamiento, de la unión, de la inexistencia, de la existencia
vaciada al infinito. Así, dentro de una relación amorosa gratificante se
experimenta, en la relación sexual, una experiencia mística según los conceptos
vertidos en ambos textos a los que hemos hecho referencia.
Una
vez hecha la relación entre mística y la relación sexual de una pareja que se
ama, podemos sopesar la veracidad o falsedad de la mística. Es necesario
recordar que esa relación de pareja tiene que ser amorosa y no meramente casual
o sin amor. Lo mismo sucede en parejas heterosexuales que homosexuales, no hay
diferencia, pues en las dos se da una relación amorosa y se experimenta un
orgasmo.
No
es necesario ratificar la existencia del orgasmo ni las características
fisiológicas; las características de una experiencia mística religiosa podrían
ser difícilmente demostradas como ciertas.
Conclusión:
Si
la experiencia amorosa del orgasmo es la unión del sujeto con “lo sagrado” y
entendemos “lo sagrado” como “misterio liberador” (en el budismo el nirvana), y
además cumple con las características de lo que representa una experiencia
mística (del inciso a hasta el h), entonces podemos decir que la
experiencia amorosa del orgasmo es una experiencia mística, y ésta, es
auténtica.
José Angel Higuera Solano